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ETAPA CON REGLAS VFR

 

 

 
 
Memorando, por el Doctor van Helsing
 
 
 
5 de noviembre.
 
...
 
Sabía que había al menos tres tumbas que encontrar, las cuales estaban habitadas. De modo que busqué sin descanso, y encontré una de ellas. Estaba tendida en su sueño de vampiro, tan llena de vida y de voluptuosa belleza que me estremecí, como si me dispusiera a cometer un crimen.
 
...
 
Luego, me dediqué a mi horrible tarea y descubrí, levantando las losas de las tumbas, a otra de las hermanas, la otra morena. No me detuve a mirarla, como lo había hecho con su hermana, por miedo de quedar fascinado otra vez; continúo buscando hasta que, de pronto, descubro en una gran tumba que debió ser construida para una mujer muy amada, a la otra hermana, a la que, como mi amigo Jonathan, he visto materializarse de la niebla.
 
...
 
Había una gran tumba, más señorial que todas las demás, enorme y de nobles proporciones. Sobre ella había escrita una sola palabra:
 
DRÁCULA
 
Así pues, aquella era la tumba del Rey Vampiro, al que se debían tantos otros. El hecho de que estuviese vacía fue lo suficientemente elocuente como para asegurarme de lo que ya sabía. Antes de comenzar a restaurar a aquellas mujeres a su calidad de muertas verdaderas, por medio de mi horrible trabajo, dejé una parte de la hostia sagrada en la tumba de Drácula, haciendo así que la entrada le fuera prohibida y que permaneciera eternamente como muerto vivo.
 
 
Del diario de Mina Harker
 
 
 
6 de noviembre. Estaba ya bastante avanzada la tarde cuando el profesor y yo nos pusimos en marcha hacia el este, por donde sabía yo que se estaba acercando Jonathan. Una vez resguardados, sacó de su estuche sus anteojos y permaneció en la parte más alta de la roca, examinando cuidadosamente el horizonte. Repentinamente, gritó:
 
–¡Mire, señora Mina! ¡Mire! ¡Mire!
 
 Desde la altura en que nos encontrábamos, era posible ver a gran distancia a  un grupo de hombres montados a caballo, que se apresuraban todo lo que podían. En medio de ellos llevaban una carreta, un vehículo largo que se bamboleaba de un lado a otro, como la cola de un perro, cuando pasaba sobre alguna desigualdad del terreno. Sobre la carreta había una gran caja cuadrada, y sentí que mi corazón comenzaba a latir fuertemente debido a que presentía que el fin estaba cercano.
 
Van Helsing siguió observando con los anteojos y gritó:
 
–¡Mire! ¡Mire! ¡Mire! Vea: dos jinetes los siguen rápidamente, procedentes del sur. Deben ser Quincey y John.Tome los anteojos. ¡Mire antes de que la nieve nos impida ver otra vez!
 
Tomé los anteojos y miré. Los dos hombres podían ser el señor Morris y el Doctor Seward. En todo caso, estuve segura de que ninguno de ellos era Jonathan. Al mismo tiempo, sabía que Jonathan no se encontraba lejos; mirando en torno mío, vi al norte del grupo que se acercaban otros dos hombres, que galopaban a toda la velocidad que podían desarrollar sus monturas. Comprendí que uno de ellos era Jonathan y, por supuesto, supuse que el otro debía ser lord Godalming.
 
Se iban acercando…
 
Repentinamente, dos voces gritaron con fuerza:
 
¡Alto!
 
Una de ellas era la de mi Jonathan, que se elevaba en tono de pasión; la otra era la voz resuelta y de mando del señor Morris. Era posible que los gitanos no comprendieran la lengua, pero el tono en que fue pronunciada esa palabra no dejaba lugar a dudas, sin que importara en absoluto en qué lengua había sido dicha.
 
En medio de la trifulca, alcancé a ver a Jonathan que se abría paso por un lado hacia la carreta, mientras el señor Morris lo hacia por el otro. Era evidente que tenían prisa por llevar a cabo su tarea antes de que se pusiera el sol.
 
Quincy Morris se había defendido con su puñal y, finalmente, creí que había logrado pasar sin ser herido, pero cuando se plantó de un salto al lado de Jonathan, que se había bajado ya de la carreta, pude ver que con la mano izquierda se sostenía el costado y que la sangre brotaba entre sus dedos.
 
Para entonces, los gitanos, viéndose cubiertos por los Winchesters y a merced de lord Godalming y del Doctor Seward, habían cedido y ya no presentaban ninguna resistencia. El sol estaba casi escondido ya entre las cimas de las montañas y las sombras de todo el grupo se proyectaban sobre la tierra.
 
Vi al conde que estaba tendido en la caja, sobre la tierra, parte de la cual había sido derramada sobre él, a causa de la violencia con que la caja había caído de la carreta.
 
Estaba profundamente pálido, como una imagen de cera, y sus ojos rojos brillaban con la mirada vengadora y horrible que tan bien conocía yo. Mientras yo lo observaba, los ojos vieron el sol que se hundía en el horizonte y su expresión de odio se convirtió en una de triunfo. Pero, en ese preciso instante, surcó el aire el terrible cuchillo de Jonathan. Grité al ver que cortaba la garganta del vampiro, mientras el puñal del señor Morris se clavaba en su corazón. Fue como un milagro, pero ante nuestros propios ojos y casi en un abrir y cerrar de ojos, todo el cuerpo se convirtió en polvo, y desapareció.
 
 
El señor Morris, que se había desplomado al suelo con la mano apretada sobre su costado, veía la sangre que salía entre sus dedos.  Corrí hacia él, debido a que el círculo sagrado no me impedía ya el paso; lo mismo hicieron los dos médicos.  Con un suspiro me tomó una mano con la que no tenía manchada de sangre. Debía estar viendo la angustia de mi corazón reflejada en mi rostro, ya que me sonrió y dijo:
 
–¡Estoy feliz de haber sido útil! ¡Oh, Dios! – gritó repentinamente, esforzándose en sentarse y señalándome-. ¿Vale la pena morir por eso? ¡Miren! ¡Miren!
 
El sol estaba ya sobre los picos de las montañas y los rayos rojizos caían sobre mi rostro, de tal modo que estaba bañada en un resplandor rosado. Con un solo impulso, los hombres cayeron de rodillas y dijeron: "Amén", con profunda emoción, al seguir con la mirada lo que Quincey señalaba. El moribundo habló otra vez:
 
–¡Gracias, Dios mío, porque todo esto no ha sido en vano! ¡Vean! ¡Ni la nieve está más limpia que su frente! ¡La maldición ha concluido!
 
Y, ante nuestro profundo dolor, con una sonrisa y en silencio, murió un extraordinario caballero.
 
 

 

Y así termina el relato y nuestro periplo.