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ETAPA CON REGLAS VFR

 

CUADERNO DE BITÁCORA DEL"DÉMETER"

1 de agosto. Dos días de niebla y sin avistar una vela. Había esperado que en Canal de la Mancha podríamos hacer señales pidiendo auxilio o llegar a algún lado. No teniendo fuerzas para trabajar las velas, tenemos que navegar con el viento. No nos atrevemos a arriarlas, porque no podríamos izarlas otra vez. Parece que se nos arrastra hacia un terrible desenlace...

2 de agosto, medianoche. Me desperté después de pocos minutos de dormir escuchando un grito, que parecía dado al lado de mi puerta. No podía ver nada por la neblina. Corrí a cubierta y choqué contra el primer oficial. Me dice que escuchó el grito y corrió, pero no había señales del hombre que estaba de guardia. Otro menos. ¡Señor, ayúdanos! El primer oficial dice que ya debemos haber pasado el estrecho de Dover, pues en un momento en que se aclaró la niebla alcanzó a ver North Foreland, en el mismo instante en que escuchó el grito del hombre. Si es así, estamos ahora en el Mar del Norte, y sólo Dios puede guiarnos en esta niebla, que parece moverse con nosotros; y Dios parece que nos ha abandonado.

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4 de agosto. Todavía niebla, que el sol no puede atravesar. Sé que el sol ha ascendido porque soy marinero, pero no sé por qué otros motivos. No me atrevo a ir abajo; no me atrevo a abandonar el timón; así es que pasé aquí toda la noche, y en la velada oscuridad de la noche lo vi, ¡a él! Dios me perdone, pero el oficial tuvo razón al saltar por la borda. Era mejor morir como un hombre; la muerte de un marinero en las azules aguas del mar no puede ser objetada por nadie. Pero yo soy el capitán, y no puedo abandonar mi barco...

 

"DAILYGRAPH", 8 DE AGOSTO

De un corresponsal.Whitby.

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 Una de las tormentas más fuertes y repentinas que se recuerdan acaba de pasar por aquí, con resultados extraños.

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Las olas se elevaron creciendo con furia, cada una sobrepasando a su compañera, hasta que en muy pocos minutos el vidrioso mar de no hacía mucho tiempo estaba rugiendo y devorando como un monstruo. Olas de crestas blancas golpearon salvajemente la arena de las playas y se lanzaron contra los pronunciados acantilados; otras se quebraron sobre los muelles, y barrieron con su espuma las linternas de los faros que se levantaban en cada uno de los extremos de los muelles en el puerto de Whitby.

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Al poco tiempo, el reflector descubrió a alguna distancia una goleta con todas sus velas desplegadas, aparentemente el mismo navío que había sido avistado esa misma noche.

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Repentinamente, el viento cambió hacia el noreste, y el resto de la niebla marina se diluyó; y entonces, mirabile dictu, entre los muelles, levantándose de ola en ola a medida que avanzaba a gran velocidad, entró la rara goleta con todas sus velas desplegadas y alcanzó el santuario del puerto. El reflector la siguió, y un escalofrío recorrió a todos los que la vieron, pues atado al timón había un cuerpo, con la cabeza caída, que se balanceaba horriblemente hacia uno y otro lado con cada movimiento del barco. No se podía ver ninguna otra forma sobre cubierta.

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La goleta no se detuvo, sino que, navegando velozmente a través del puerto, embistió en un banco de arena y grava lavado por muchas mareas y muchas tormentas, situado en la esquina sureste del muelle que sobresale bajo East Cliff, y que localmente es conocido como el muelle Tate Hill.

 

 

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Por supuesto que cuando la nave embistió contra el montón de arena se produjo una sacudida considerable. Cada verga, lazo y montante sufrió la sacudida, y una parte del mástil principal se vino abajo. Pero lo más extraño de todo fue que, en el mismo instante en que tocó la orilla, un perro inmenso saltó a cubierta desde abajo, y como si hubiese sido proyectado por el golpe, corrió hacia adelante y saltó desde la proa a la arena. Corriendo directamente hacia el empinado acantilado donde el cementerio de la iglesia cuelga sobre la callejuela que va hacia el muelle del este, tan pronunciadamente que algunas de las lápidas (" transatlánticas" o "piedras atravesadas", como las llaman vernacularmente aquí en Whitby) se proyectan de hecho donde el acantilado que la sostenía se ha derrumbado, y desapareció en la oscuridad, que parecía intensificada justamente más allá de la luz del reflector.

 

 

(Ilustración de Kate Lycett)